Dos hombres aguardan en una habitación miserable, que ni siquiera cuenta con lo indispensable para hacer café, mientras pasan el rato discutiendo sobre fútbol y titulares del diario.

A medida que avanza el diálogo, advertimos que se trata de dos sicarios que pasan el tiempo en diferentes lugares, a la espera de recibir llamadas telefónicas para acatar órdenes.

El montaje se propone a exhibir la banalidad en los medios de comunicación, mostrar la masculinidad de los años cincuenta como una figura invariable en el Chile de hoy, y por sobre todo, opta por relativizar la ética delictual, humanizando a dos asesinos en serie.